La meta divina

Haber llegado. Ser en este momento todo lo que uno necesita para ser. Frente a la meta divina anduvimos mucho tiempo, buscando aquí y allá, sin sentirnos nunca preparados del todo. Pero fue una ilusión nada más, la conciencia sabe que tiene la meta ahí enfrente. La mira… y ha entrado en ella, ha salido de la dualidad del querer conseguir aquello que no posee. Porque, definitivamente, no queda nada por poseer. En el desprendimiento del ego se gana lo divino. Cuando la mente se detiene, se libera de todos sus deseos exteriores y comprende que lo tiene todo en su interior, que no queda nada por alcanzar, que el Todo es el brillo interno, el aire vivo que da luz a la conciencia.

Descubre a Dios en tu corazón y éste ya nunca dejará de latir.

Cualquier geometría divina adolece de su eco superior. Cualquier intento de dar forma a lo informe e indefinible, es vano. Pero aún así podemos recibir la eclosión definitiva que nos informa de la grandeza ilimitada, hacernos uno en los múltiples gestos del espíritu: señales vistas y sentidas en todo lo que nos rodea. Y entonces, conocemos, con toda certeza, el despertar a lo divino. Porque ya somos Eso y eso es ya Todo.

Abrirse a la divinidad es ver lo divino en todas las cosas, ver así, a través de esa melodía, el fenómeno de vida tal como es, sin apariencias. Para ello cualquier esfuerzo es inútil, al igual que si nos esforzamos en la calma o en el silencio. No hay esfuerzo en el desprendimiento, en la visión pura, entregada, directa.

Sin otro hilo que el instante y la total atención puesta en él, tejemos la auténtica realidad con la materia divina, haciendo de esa tarea un nacimiento perenne, cuya tela forja el manto que cobija a nuestro espíritu.

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